Comienzo la temporada yendo al concierto de Benjamin Clementine en el Teatro de la Laboral. Salgo conmocionado. Las canciones de la primera parte del concierto son todas propuestas diferentes. Siento una inquietante incertidumbre, la desnudez ante lo desconocido, y es agradable. Recita, canta, interpreta y todo al borde del precipicio. Es desde aquí que me gusta contemplar la creación.
Continúo asistiendo a la charla de Luis Bagué Quílez, poeta, crítico y profesor, en la Cátedra Ángel González que llevan Araceli Iravedra y Leopoldo Sánchez Torre. Su lección cuenta cómo la poesía de Ángel González, además de otros autores como el novísimo
Manuel Vázquez Montalbán, fue porosa a la era del consumo y a las campañas publicitarias de la época. «Mantenga limpio el verso», tituló Bagué su intervención. En estos días donde todo está permitido —Facha o rojo el que lo lea; Mantén sucio el país; Escupe dentro…) no es mal lema para casi todo y para todos.
Pero la semana no acaba bien. Me entero de que Brel, no Jacques, sino Brel, el compañero labrador de Francisco García Pérez y Paz ha muerto. No sé si el tiempo consuela. A los ausentes es mejor elevarlos a nuestro panteón particular de héroes.
Y los cumplo siempre que me acuerdo. Es mi forma de estar con ellos.
Ayer el insomnio regresó con su pertinacia acostumbrada. Y como sé que le molesta, lo ultrajo parodiando a Cioran y me arranco a cantar el «Ne me quitte pas» de Jacques Brel:
…Je ne vais plus pleurer
Je ne vais plus parler
Je me cacherai là
À te regarder
Danser et sourire
Et à t’écouter
Chanter et puis rire
Laisse-moi devenir
L’ombre de ton ombre
L’ombre de ta main
L’ombre de ton chien
Mais
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas