De La paz definitiva de la nada de Martín Huarte, 2000.

La paz definitiva de la nada

Himno para mi herida
 Me levanto y camino veinte pasos
veinte pequeños pasos de anticipada vejez
arrastrando las zapatillas como un animal
cansado, indiferente.
Y mientras tanto enciendo un cigarrillo,
miro el cuadro abstracto de un amigo,
el desorden de la habitación en penumbra,
fotografías de cuando creía ser feliz,
libros esparcidos para el tedio del insomnio,
medicinas de escasa efectividad dado el caso
y una taza de café manchada y vacía.
Sigo caminando como un refugiado,
veinte pasos a un lado, veinte a otro,
cuento las láminas de madera, tres,
seis, nueve, doce, quince, dieciocho
y veintiuna para no pensar en ti.
Porque hubo una vez en que yo tuve una patria
y la llamé Sol y Alegría y Eternidad,
un cuerpo para vivir con un hogar
entre sus piernas y todas las mañanas
un beso de amor, un buenos días y un te quiero
libre   virginal   tierno   secreto.
Me detengo ante un espejo y me miro
fijamente a los ojos: ruina, tiempo, derrota.
Todo es mío y no puedo más que sentir
tanta ternura, tanta piedad como la que sentiré
por ese hombre cuando sea viejo.
Ah, ahora llega el dolor con su equipaje
pero cómo no celebrarlo si de ti tengo
tu pelo, tus labios, todos tus labios
y el recuerdo imborrable de tus pechos
pequeños y exactos. Y también tus manos,
tu voz y tu jadeo formidable.
No es casual que tu nombre sea mi inmortalidad.
No es en vano que tu cuerpo sea mi universo.
Así tu ausencia es mi herida luminosa
y como un perro en este rincón oscuro
me lamo con la dulce saliva de mi despojo.
Que nadie se acerque nunca para salvarme
tan sólo tú o juro que lo mato.

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