En la estación moscovita de Leningradsky, mientras esperaba el Sapsan para San Petersburgo, me entretuve ojeando las portadas de libros y revistas que apenas entendía, pese a mis esfuerzos con el cirílico. De repente, a mi lado, una anciana de negro y gris hasta la cabeza y con los ojos fríos y azulados, cruelmente finísimos, como…