He llegado a este septiembre exhausto y me ha pillado con un viaje relámpago, apenas día y medio, a Barcelona. Y no me he ido sin pasear por La Rambla, todavía de luto por el atentado yihadista que mostró sin pudor las vergüenzas y la falta de dignidad de algunos catalanes. Tengo claro que la propaganda goebbeliana sigue cursando con éxito en las mentes más tiernas e inermes. Fue tan rápida la visita que no llamé a mis habituales para hablar de ese proceso de podredumbre de los políticos independentistas y sus huestes enfervorizadas y acríticas, seducidas por un sectarismo de guardería y buena parte de ello pagado con el dinero de varias generaciones de españoles, confiados, como yo, en la altura y la bondad del seny catalán. Una bondad que perdura en nuestras políticas presupuestarias y ¡ay!, también en nuestros políticos, con los vascos como alumnos aventajados, a quienes pagamos el paraíso de su bienestar con una contrapartida digna del Shylock más ecuánime.
Pero sin engaños. Lo primero será comprender y aceptar que Cataluña, y alguna otra comunidad autónoma, no sólo tiene derecho sino que además se merece una mejor financiación por mucho que nos vaya a doler en nuestro día a día. Pero en esto, el partido de la Eusko Jaurlaritza gana por goleada a los de la Generalitat de Catalunya. Y lo segundo, hay que asumir que la responsabilidad de estos desatinos nacionalistas e independentistas tan vulgarmente reaccionarios, en un país como España, no sólo ha sido de los sucesivos gobiernos de Cataluña y País Vasco, ni conviene, por pura pericia intelectual, imputarla a sus ciudadanos. Cojamos el toro por los cuernos, porque cada uno va a lo suyo. En lo fundamental debemos señalar a esa tropa de políticos españoles -catalanes y vascos también y especialmente incluidos- que han ignorado, no sé si a sabiendas, la historia de España y del carácter de sus nacionales. Políticos de horizontes cortos y presbicia moral que han vendido ora a Pujol, ora al PNV los presentes y futuros de España. Que nadie da duros a cuatro pesetas es de Perogrullo y se aprende en la escuela. Y si no, en la vida misma. Por tanto, no hay justificación posible.
Y la vida misma sigue su largo y sinuoso camino. El tiempo revolotea, la tragedia del 17 de agosto aún humea sobre La Rambla, los alumnos vuelven a sus estudios, las urnas escondidas quieren imponerse por la fuerza al consenso pacífico y soberano de la democracia, los parados siguen sin poder alimentarse de esperanzas y ellos y tantos otros, silenciosos y silenciados, sí que tienen miedo y a mí ya me ha llegado la hora de preparar la maleta para otro viaje. Viaje que me recuerda que mi identidad, también la política, recae sobre todo en la ilustración, que es tanto como decir Europa. La Europa de la música y el arte, de la literatura y el entendimiento, de la solidaridad y la ciencia, del progreso y la democracia y añádase todo cuanto convenga para alejar los fantasmas de los autoritarismos y nacionalismos por muy disfrazados que vengan. Sean todos ustedes bienvenidos a septiembre y démosnos una oportunidad para el respeto y el diálogo, aunque todavía no sepamos quiénes serán esos que se sienten a hablar en nombre de todos nosotros a partir del próximo 1 de octubre. ¡Ah, se me olvidaba! Fui a Barcelona a ver y escuchar, en el Palau de la Música, el concierto de Incógnito: acid jazz en estado de gracia.
El editorial de hoy de “El País” refleja bastante bien el sentimiento de la mayoría de españoles y catalanes sobre el “problema” de Cataluña..
Un abrazo.
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