Leyendo y volviendo a leer las Vidas imaginarias de Marcel Schwob siempre me encuentro agradablemente emparedado entre la vida y la escritura, como esa líquida y sedosa lámina de queso en el sándwich recién tostado. Reconozco en sus breves pero eruditas y suculentas biografías, Eróstrato, Séptima, Angiolieri, Petronio, Katherine o William Phips, entre otras, las mismas singularidades que me han llevado a conocer y querer a las personas con las que compartí oficio, rutina o placer.
» Su salud estaba trastornada por flatulencias
continuas que no podía contener.
Tal es así que no era por el poder y la capacidad de trabajo por la que me gustaba fulano, sino por ese soberbio rencor de clase que acumulaba por su mala suerte y, sobre todo, su mala cabeza; si a mengana la elevé al altar de mis amistades no fue por su perspicacia sino por la ternura que me nacía por el furibundo odio que profesaba a varios miembros de su familia y, en fin, si durante mi juventud encontré en zutana a alguien con quien compartir humaredas nocturnas y alevosos castigos al hígado no fue precisamente por su prosa saltimbanqui y sus caderas tan ligeras sino por aquella fe indestructible en la bondad humana. Podría seguir así y añadir también esas muecas, hipos, borborigmos, defectos físicos y manías que tan bien les caracterizaba, pero me gustaría creer que cuento con su complicidad y su indulgencia, mis sufridos lectores, para completar esta lista de la vida llena de amigos, conocidos y afines con extravagancias o anomalías que concitaron en cada uno de nosotros una querencia muy particular. Fueron y siguen siendo esas características biográficas las que siempre me convencieron más que las sábanas limpias de la historia general de cada cual. Ya decía el propio Schwob: «el biógrafo, como una divinidad inferior, sabe elegir de entre los posibles humanos aquel que es único». Pero ciertamente yo no soy biógrafo y el humor también es una de esas sabias anomalías por las cuales me rindo y me quito el sombrero. Bueno será entonces que les deje con este breve pasaje de Marcel Schwob dedicado a Crates de Tebas, discípulo de Diógenes de Sinope y seguidor de la escuela cínica. Después, espero que mis amigos me cojan confesado y, si les apetece, ya pueden darle un mordisco a ese excelente bocadillo de vida y escritura que es Vidas imaginarias.
«Esta Hiparquia fue, según parece, buena con los pobres y compasiva; acariciaba a los enfermos con sus manos; lamía sin ninguna repugnancia las heridas sangrientas de aquellos que sufrían, persuadida de que eran para ella lo que las ovejas son para las ovejas, lo que los perros son para los perros. Si hacía frío, Crates e Hiparquia se acostaban apretados contra los pobres y trataban de darles algo del calor de sus cuerpos. Les prestaban la ayuda muda que los animales se prestan los unos a los otros. No tenían ninguna preferencia por ninguno de aquellos que se acercaban a ellos. Les bastaba con que fuesen hombres.
Esto es todo lo que llegó a nosotros acerca de la mujer de Crates; no sabemos cuándo murió ni cómo. Su hermano Metrocles admiraba a Crates y lo imitó. Pero nunca tenía tranquilidad. Su salud estaba trastornada por flatulencias continuas que no podía contener. Desesperó y resolvió morir. Crates se enteró de su desdicha y quiso consolarlo. Comió una buena cantidad de altramuces y fue a ver a Metrocles. Le preguntó si era la vergüenza de su enfermedad lo que lo afligía de tal manera. Metrocles confesó que no podía soportar esa desgracia. Entonces Crates, hinchado por los altramuces, soltó ventosidades en presencia de su discípulo y le afirmó que la naturaleza sometía a todos los hombres al mismo mal. Le reprochó en seguida el haber sentido vergüenza ante los demás y le dio su propio ejemplo. Después soltó unas cuantas ventosidades más aún, tomó a Metrocles de la mano y se lo llevó.»
El ejemplo de Hiparquia suscita la ternura del amor humano verdadero, de quien es capaz de ofrecerse a los demás para curar o dulcificar sus males. Qué decir de Crates, que se sometió a la tortura de los efectos del altramuz para aleccionar a su discípulo.
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¡Qué sería de nosotros si no fuera por los demás… ¡ Abrazo amigo ¡
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También yo… Judías (o medicinas) puñeteras…
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Ja, ja, ja. Un abrazo fuerte.
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