[Publicado en El Comercio el 24 de octubre de 2014, bajo el título El misterio.]
Más allá del debate en torno a John Banville y su seudónimo Benjamin Black —dos nombres para el mismo escritor de Imposturas, Los infinitos o El lémur— e incluso más allá de la eterna refriega entre la haute littérature que dirían los exquisitos y la literatura popular, debería destacarse que la obra del irlandés —la de John Banville— está destinada a lectores atentos, aquellos que no rehúyen el esfuerzo, sin por ello obliterar el acceso y el placer a cualquier otro tipo de lector. El autor, con sutil maestría, no sólo revela al lector la vida y los sueños, los éxitos y las derrotas o la experiencia de los personajes, sino que despierta la que el propio lector haya tenido. En este sentido, Banville es uno de los mejores exponentes de escritor entendido como catalizador, como médium para que el lector se interrogue, rebusque o evoque, con la pericia que procura este tipo de narrativa envolvente, en los hitos más inquietantes de su propia vida.
«La obra de Banville está destinada a lectores atentos que no rehúyen el esfuerzo».La morosidad que a menudo despliega en sus narraciones —marca de la casa—, con los asuntos más nimios, familiares y hasta vulgares, incluso con los objetos, cobra identidad gracias al estilo que el de Wesdorf impone a través de la determinación por alcanzar en cada frase la flaubertiana exactitud de la palabra —le mote juste—. Añádase una industriosa pero clara sintaxis sin olvidar el gusto por las palabras antiguas, tal y como afirma Alex Clave, el personaje principal de Antigua luz: «Ah, cómo me gustan las palabras antiguas, cómo me consuelan.» Esta pomada de consuelo no es otra que la memoria y la identidad (asuntos que, entre otras características, comparte con el reciente Premio Nobel Patrick Modiano), propiciadas justamente por el uso de un léxico que ayuda a encender la mecha que acaba detonando la carga vital de cada lector, llevándole a través de su onda expansiva a lugares y momentos insospechados del pasado, como así les ocurre a sus personajes principales, ya sea al Max de su premiada y muy evocadora El mar —para quien suscribe una obra maestra— o al Adam Godlay de Los infinitos, por poner sólo un par de ejemplos. De esta forma, si cada lectura es siempre individual, el estilo de Banville nos sitúa ante una experiencia más personal, tal vez única.
Y desde este quehacer, desde esta minuciosa urdimbre estilística, Banville extiende su idea literaria sobre texturas temáticas diversas pero a veces constantes (como es el tríptico que conforman Eclipse, Imposturas y la ya mencionada Antigua luz, protagonizadas por Alex Cleave), yendo desde la infancia al erotismo, de la pérdida a la crítica social, de la religión al universo, de la enfermedad a la bebida o de la creación literaria, pictórica o teatral a esta vida donde todo lo que nos rodea parece que en un segundo fuera, indefectiblemente, a «inclinarse», a romperse para siempre. Y es que lo que se inclina no es otra cosa que el misterioso sentido de la vida y de la muerte, de la existencia, de la falsificación y de la culpa, de la memoria como una geografía en la que tantas veces ocurren cosas que en realidad nunca existieron, pero que con el paso del tiempo dimos como ciertas y así es como nuestra vida acaba por convertirse en una representación, en una ficción. Porque a la efulgencia de aquellos espejos del pasado, vistos con la perspectiva de un presente cansado, le falta el azogue de la verdad de los hechos, a los que no podremos volver ya nunca más.
«Cuando uno cierra cualquiera de sus mejores obras es como si misteriosamente se adentrara en el mar…»En cuanto a Benjamin Black mejor será esperar unas décadas a que el tiempo lo deposite donde mejor crean las generaciones venideras. No será el primero ni el último caso de un escritor popular reconvertido por los críticos y universitarios del futuro en un autor clásico. Mientras tanto, dejemos que las antiguas palabras de John Banville sigan consolando a quienes lo leyeren. Al fin y al cabo y como todo el mundo sabe, después del consuelo llega la calma y cuando uno cierra cualquiera de los mejores libros de Banville, es como si misteriosamente se adentrara en el mar…