La oscuridad de los días

Estrené el verano del norte con un concierto delicado y elegante de la norteamericana Stacey Kent, algo escaso de volumen, con ese aire que tienen los secretos cuando no se cuentan. Mi mujer y yo ya conocemos el festival y el pueblo de Bueño —un festival de jazz que nos trae recuerdos imborrables de complicidad, alegría y satisfacción— y cada vez que lo visitamos nos encontramos con amigos nuevos y amigos de siempre. Allí estaban Marta, Carme, Mónica, Óscar, Luis, Juanjo, Maika, Elena, Roberto, Daniela, Cruz y tantos otros atraídos como nosotros por el encanto de esa aldea resistente a la indigencia jazzística de la cercana capital de Asturias. La plaza se fue llenando de gente, convocados por el crepúsculo, esos minutos leves y psicodélicos donde las cosas parecen lo que no son y levitan como ectoplasmas entre los recuerdos de nuestra juventud. De pronto, cuando ya reclamábamos con impaciencia europea el inicio del concierto, Cruz miró al cielo y dijo: «Qué guapas son las luces». Mi mujer y yo la miramos y nos miramos, sorprendidos por ese hallazgo repentino que estaba tan a la vista de todos. Claro, no se refería a las estrellas, sino a esos diminutos diodos verdes, rojos y amarillos junto a las banderolas de papel de Asturias y de España que decoraban la plaza. Aquellas cinco palabras de Cruz fueron de una claridad reveladora: solo nosotros, entre tanta ignominia política y espasmo social, podemos iluminar la oscuridad de los días. Porque siempre nos quedarán otros himnos y banderas privadas, bajo las luces mínimas de una noche de verano, por las que luchar hasta ver la luz de la mañana. 

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s