En estos días suelo acordarme de Mijail Osorguin y un grupo de artistas e intelectuales (¿se acuerdan?, cuando existían los intelectuales), que poco después de la Revolución crearon en Moscú ese espacio de libertad y trasmisión cultural denominado la Librería de los Escritores con el fin de dar salida y forma a sus inquietudes. No soy partidario de analizar la realidad cultural desde posiciones irreales. No soy muy amigo de ciertos entretenimientos burgueses y mucho menos de esa moda que se estableció durante los años de bonanza y a resultas del cual, cualquier forma expositiva (libro, exposición, concierto…) pasa aún hoy en día por ser creación y manifestación cultural. Sin embargo, existen en el mundo de la creación minorías multiplicadoras que dinamizan, rejuvenecen y regeneran las sociedades más avanzadas y que aportan una marca de vanguardia sólo al alcance de pocos países y ciudades . Si aquí y ahora las instancias políticas rechazan desde su ignorancia y con la legitimidad de sus votos –que cada cual saque sus propias conclusiones- darles el espacio para su aconsejable permanencia, entonces será el momento de que esa vanguardia cree sus propios espacios para no seguir el juego a los especuladores culturales que tan bien les han hecho el caldo gordo a la casta política en este país. Habrá que comenzar a evaluar no sólo el producto de los creadores sino ¡ay!, a los clientes. Entiendo, comparto y aliento los objetivos de las empresas y cada industria de la creación, pero en estos momentos prefiero 20 personas que entiendan a 1000 compradores de nada. Como cantaba en los setenta del siglo XX el extremeño Pablo Guerrero «tiene que llover a cántaros». Así que mejor nos irá cuanto antes nos pongamos a crear nubes. Y ahora, quien sepa la canción, que se venga y cante conmigo. Siempre habrá espacios nuevos para quienes quieran entender.
Dame la mano y vamos a sentarnos bajo cualquier estatua que es tiempo de vivir y de soñar y de creer que tiene que llover a cántaros.De A cántaros, de Pablo Guerrero.