Desvestirse

Martes. Como con un amigo. Entre trago y bocado hacemos repaso: el asunto no está nada bien. Aunque parece que ellas lo tienen un poco mejor. Eso sí, al menos, nos reímos. Viernes. Durante el aperitivo, un amigo me recordó a Miguel D’Ors y su Sociedad Limitada, en la editorial Renacimiento. Grandísimo poeta con sus cosillas sobre España incluyendo sección de asuntos religiosos. Más o menos como otros que también nos empaquetan sus quejillas y lamentos de España, el Estado Español y asuntos varios de patrias, banderas y pontificados éticos y morales, chiquitos y grandes. Léase al último Luis García Montero o Joan Margarit, entre tantos otros. A veces pienso que algunos poemas son como oficios escritos por extraños funcionarios de esta república de las letras. En fin, de momento tres grandes autores de quienes, como lector, uno obvia sus deslices y resbalones. Sus logros superan sus descosidos. Domingo. Participo en una lectura pública junto a unos estupendos compañeros de oficio, arte o afición, según y depende. Veo y saludo a algunos que sólo vienen a acompañar. A otros les echo de menos. A los demás, me encanta escucharles, conocer sus versos nuevos, sus preferencias y defectos, esos estados de ánimo y enfermedad, sus premios, esa versatilidad que lo mismo sirve para interpretar que para cantar y, en definitiva, esas maneras tan tiernas de desvestirse en público. Me gustó especialmente la savia nueva que llega sin complejos y más que desvestirse enseguida se desnudan. El toque más caliente lo puso el último, a propósito del libro de Bradbury, Fahrenheit 451. Casi salimos ardiendo. Al cierre, el anfitrión echó de menos la presencia de mujeres. Nosotros también.

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