Beltrán entrometido

Portada del poemario.

Quizás mienta al decir… entretenido y entrometido, no sé. El asunto es que Fernando Beltrán acaba de publicar toda su vida, o lo que es igual, toda su poesía, Donde nadie me llama (Poesía 1980-2010) Prólogo de Leopoldo Sánchez Torre. Editorial Hiperión. Cuando digo entretenido quiero decir que Beltrán es un poeta que levanta cada composición (léase cada poema) con el zapato y la oreja pegados al polvo o el asfalto de la calle, desde ese pañuelo de papel que limpia el maquillaje de la cara de una mujer, desde una cuchara, una taza o un camión de basura o desde el teletipo de un conflicto bélico o un siniestro social, personal, íntimo, secreto. Esto supone el esforzado talento de un hombre dispuesto a observar con mucha atención y a mostrarse —contradicciones y duelos incluidos— ante el mundo con mayor sensibilidad y exquisitez de la que percibe y recibe de ese mundo. Y cuando digo entrometido me refiero a cómo Fernando, este hombre de la calle, habla de él sin dejar de ser usted, yo y los otros, nombrando los pozos ciegos de nuestra existencia, apelando a esas palabras que vamos abandonando a cada paso y que él va recogiendo con humildad y precisión de hormiga. Luego nos invita a un jarro de cerveza y nos las devuelve limpias y desordenadas o sucias y en su sitio. Depende. Es trabajo de poeta. Pero quizás mienta al decir… que en su trabajo también habitan palabras amenas y aliadas.

Los poemas de Fernando, sin embargo, no están desnudos, sino desvestidos. Diferencia amable y sutil, generosa elegancia del alma para los minutos que corren y nos corroen. Sugerencia para los sentidos y la fiesta de la palabra: las que se entienden. Por eso apetece quedar, cenar, tomarse una copa, acostarse y meterle mano a muchos de sus versos. Es el poeta el que invita al lector para que la unión de las palabras, el engarce de los versos y cada estrofa suponga esa experiencia única que consiste en encontrarse, contemplar y vivir la belleza hasta donde cada cual pueda.

Fernando es caminante, cierto. Y sus poemas también caminan: miran hacia, invitan a, llaman a la puerta de, se meten donde, urgen a, beben con, se paran en, precisan de la compañía, de la complicidad, de la actitud, de la crítica, del movimiento, del otro, porque ningún poema es completamente si no nos tiembla la mano, si las mandíbulas no se nos aprietan, si no rompemos nuestro puño contra la puerta, si el corazón no nos da un vuelco o si el axón de nuestro cerebro se inhibe y no se rebela. Y es que treinta años después… quizás mienta al decir… más de doscientos poemas después… sucede esta alegría de entender el humo tras su melena, una nube, un ángel, esa chaqueta bajo la que late como una ametralladora ese corazón que aunque no quiera se le sale a borbotones por los lacrimales y a veces te apunta y dispara con palabras que te dan la vida o te matan. Pero quizás mienta al decir… aunque mienta, entretenido, es decir, entrometido, no sé, quizás.

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