Hola, cariño
Aprendí a hacer nudos en las casas
portuarias de Chushi y Katsuura
y en Santa Caterina a mandar y mirar
durante bacanales interminables.
La azotaina en un hotel cercano a Charing Cross,
el tiramisú tras una madonna veneciana
y el dry Martini con un barman que sabía
cómo hacerlas bailar hasta la madrugada
con un par de hielos en sus manos…
En fin, comprobarás que mis dedos
no son de este mundo y renegarás
de algunos mandamientos
porque la lengua imita al arte
y llega a confines inexplorados.
Luego, probablemente,
hasta pensarás que Dios existe:
nadie conoce la cara del diablo.
Ya verás, amor, ya verás,
ahora me toca a mí.